Esa noche, tras todos los pensamientos que se encontraban en mi cabeza me dije a mí misma: “Si no es con amor, cómo piensas reconstruir todas las ruinas que llevas dentro.”
Y ahí entendí que no estaba viviendo, que necesitaba comerme el mundo, viajar y seguir mi vida, que se acabó el estar bajo las faldas de Mamá y Papá, que era hora de conocerme, saber quién era de verdad, tener claro que la vida me seguiría dando sorpresas.
Esa noche no pude dormir. Empecé a hacer una lista de todas las cosas que me quedaban por hacer, sueños por cumplir y retos que alcanzar.
Solo me quedaban dos días en la ciudad y quería aprovecharlos como nunca.
A la mañana siguiente me abrigué, cogí mi cámara de fotos y me fui a la playa, a correr, a reconocer ese olor peculiar que tenía la arena mojada, a respirar el aire de mi lugar favorito.
Tenía claro que si algo no iba bien me sentaría en la orilla de la playa a escuchar el mar. Era mi calma y mi consuelo cuando todo lo que había alrededor no tenía sentido.
Me apetecía ver a Rafa, algo en mi quería saber más de él. Le escribí un mensaje que decía así:
“Tengo ganas de disfrutar de unos cuantos momentos a tu lado.”
Al momento contestó:
Quizás no estemos tan lejos como te imaginas
Me dejó sin palabras, ¿no estábamos tan lejos?
Solo nos separaban unas ocho horas en coche y un par de paradas para comer, dormir y descansar.
Seguí paseando y realizando unas fotos. El mar estaba en calma y hacía un sol. Fue impresionante aquel día. De repente una llamada me sorprendió.
Rafa estaba en la ciudad. No me lo podía creer, no era posible, pero este chico estaba loco, no me entraba en la cabeza, Algo tenía que hacer, tenía que verle…